miércoles, 18 de julio de 2007

La mirada policíaca de la vieja Europa

A continuación transcribo un artículo de un tal Juan Carlos Rodríguez, que no sé dónde fue publicado, sin embargo el contenido puede ser interesante a modo de guía del panorama actual de la novela de policíaca y de detectives. (Sirva estas palabras de disculpa hacia el autor por no respetar sus derechos, ni poder dar alguna referencia válida).

La mirada policíaca de la Vieja Europa.
La actual novela negra y criminal tiene su escenario más renovador y poderoso en el continente


Juan Carlos Rodríguez - Madrid.-
Con sus excepciones, sus peculiaridades y sus clasificaciones, la novela negra sigue un patrón inamovible desde los años 30, cuando en Estados Unidos se tiró del hilo de Edgar Allan Poe y su Auguste Dupin para fundar un nuevo género. Más que convencional, lo «negro» está limitado por la propia estructura novelística que exige: asesinato, desconcierto y caza del culpable. Es un blues con sus fronteras y estructuras muy marcadas, pero que el autor (un detective o comisario como solista) interpreta con su propio genio. Es el narrador quien añade todo tipo de matices y hace que cada entonación sea diferente.
Las partituras apenas se han renovado. Sobre todo, en los Estados Unidos, donde lo negro languidece con algunas excepciones, por supuesto, desde los extremos que representan James Ellroy, John Connolly o Denis Lehane, quienes, por lo demás, no tienen casi nada que ver el uno con el otro. La novela de espías, primero, y de intriga (ocultista, literaria, o como se quiera llamar) después, le ha robado la clientela. Y hasta la imaginación.
Propiamente no debiera hablarse de «novela negra», hoy lo que se escribe, lo que triunfa, es estrictamente el «género policíaco», que ha compensado la creciente insipidez norteamericana con la fortaleza de Europa, meca hoy del género gracias a una abultada nómina de grandes escritores, de los que buena parte se dan cita en Barcelona.
Lo «negro», esa combinación explosiva de bajos fondos, ley seca, tiroteos y violencia, se ha ido decolorando, mestizándose. De la misma manera que el detective novelesco ha dejado de ser parte de esa violencia, duro entre los duros, y se ha quedado en la esquina.
Observando y actuando, pero ya no cocea. James Sallis y Jerome Charyn son, quizás, los últimos mohicanos de ese modo de ver el mundo que fundó Hammett. Y no deja de ser de todos modos paradójico que, precisamente, sean estos dos autores, porque, por su vinculación personal a Europa, ambos se han contagiado también de ese espíritu crítico de la novela policíaca europea.
Y eso que ha sido Iberoamérica, quizá, el más vanguardista de los frentes del género policíaco, y, con una tensión menor, lo sigue siendo. Ha sido allí donde «lo negro» ha jugado más consigo mismo, de Rubem Fonseca a Osvaldo Soriano, y donde más se ha renovado el repertorio maniatado por la ascendencia de los grandes: Dashiel Hammett y Raymond Chandler, por un lado, y Arthur Conan Doyle y Agatha Christie, por otro, que por muchos años fueron espejos donde gran parte de los autores se duplicaban. Por ejemplo, fue en Iberoamérica donde el género comenzó a transformarse en social y donde cambió los bajos fondos y el hampa por la cúpula política y social, principio y final de casi todos los grandes males de la sociedad
hispanoamericana.Y sigue viva. Desde el Mar de la Plata al Caribe. Leonardo Padura regresa, de hecho, con su Mario Conde. En Argentina, Colombia o México hay una larga lista de muy interesantes autores.
Pero, hoy por hoy, la novela policíaca tiene en Europa su escenario más renovador y poderoso. Y a la vez su gran mercado. De autores y de lectores. Es la culminación de un largo camino que iniciaron el matrimonio sueco Per Wählo y Maj Sjowall durante finales de la década de los 60 y principios de los 70 y que prosiguieron otros como Manuel Vázquez Montalbán casi una década después. El detective Martin Beck le dio al «género policíaco» la génesis de una identidad que encarna otra visión del mundo: escéptica y crítica con lo que nos rodea, de talante social y cáustico, de incomprensión de los nuevos tiempos y, a la vez, de una acuciante necesidad de explicarse los porqué de esta «degeneración» de la violencia de la que somos testigo, aunque el detective esté ahora a un lado.
No es que en Europa el género «negro y criminal» se haya hecho más amable o para todos los públicos. No. La violencia está ahí: latente, extrema, cruel como las páginas de sucesos. ¿Qué ha cambiado entonces?
El ángulo, por ejemplo, de la mirada. El comisario, el policia, el investigador se ha quedado fuera de ese carrusel de violencia. Nunca como ahora es el bien el que combate contra el mal. Un bien que representa la ley, pero una acepción muy personal: duda de la justicia, pero la defiende, al mismo tiempo que es humana y tolerante.
Y un mal, ciertamente, que, a diferencia de hace unos años, puede habitar en todas partes, incluso en el mismo portal donde uno vive y tener quince años.

La violencia está ahí

A la vez, la novela negra europea es, sin duda, el mejor escenario donde entender y explicarse por qué se corroe la sociedad contemporánea, hacia donde vamos y por qué. Pepe Carvalho añadió, más de una década más tarde, el «toque mediterráneo» al perfil del policía literario. En cierto modo, toda la novela europea negra y criminal de hoy parte de los modelos de Martin Beck y Pepe Carvalho. Modelos a los que, por una parte, se les ha borrado su fe en la revolución, en que la transformación de la sociedad es posible. Ya no. Es más desencantado. Hay desesperanza, pero en ningún caso resignación.
El detective de novela negra es un maniático, a veces un psicópata que ha encarrilado hacia el bien su particular concepción de la justicia y de las normas sociales. Un tipo extravagante, raro, incomprendido, culto la mayoría de las veces, universitario, humano, en torno a los cincuenta años, de fracasada vida amorosa (excepto Brunetti, Jaritos o el Cetin Ikmen de Barbara Nadel), que cree en el trabajo en equipo pero también en que, a veces, hay que hacer las cosas a su modo y sin interferencias, furibundo, rebelde con sus superiores, casi siempre honrado, empeñado en seguir en la Policía porque «si no quién lo va a hacer» y cercano. Muy cercano. «Las historias policíacas de hoy son muchos más creíbles de las que escribió Agatha Christie, porque los personajes son más complejos y los detectives tienen vidas de verdad, se casan, se divorcian, tienen hijo...», explica Peter Robinson, el autor que creó a Alan Banks. Al lector no le importa ya sólo la trama, sino que busca, y encuentra, pura novela dentro de lo policíaco, la cotidianidad de cada día:

  • Jaritos que no le llega para comprar un nuevo coche,
  • Wallander que tiene que comprar dolorosamente un equipo de música porque se lo roban,
  • Ohayon no puede cambiar de piso...

En el fondo, son tipos comunes, con problemas comunes, ni héroes ni modelos. Les gusta su trabajo y lo hacen bien.

Crítica social

Todos, sin excepción, son críticos con lo que ven, encarnación de sus propios autores, que conciben la novela policíaca más allá de una evasión o un entretenimiento: una unión de calidad narrativa y, a la vez, un escenario por el que va circulando los grandes problemas de nuestro tiempo, sobre los que se reflexiona y se opina: el desmantelamiento del estado, el tráfico de drogas y de inmigrantes, la corrupción económica, la incompetencia política, la falta de recursos policiales, la violencia doméstica... Márkaris lo señala, precisamente así: «No sé si la novela policíaca vive una nueva época dorada o no, de lo que sí estoy seguro es de que este es un buen mundo para escribir novela negra. Y no porque sea precisamente un mundo bondadoso, sino por el auge de las mafias, el hampa del dinero ilegal, la corrupción política y el crimen organizado».
Hay diferencias también dentro del mapa europeo, dividido en cuatro grandes tendencias y, cada una con características propias que van desde la estructura de la novela y el estilo más o menos literario a la afición de los detectives protagonistas a emborracharse (inevitable en las novelas inglesas, escocesas o irlandesas), al placer de una buena mesa (la gran pasión «mediterránea» de Brunetti, Montalbano o Carvalho) o la extraña castidad de los nórdicos. Curiosamente, casi todos son hombres, incluso los escritos por mujeres. Esta es una tendencia que parecía remitir, por la gran cantidad de autoras de primera línea. Pero he aquí que desde Donna Leon a Barbara Nadel y Karin Fossum, sus detectives son hombres. Petra Delicado, de Alicia Giménez Barlett, es una de las excepciones. Más aún la periodista Annika Bengtzon, creada por Liza Marklund, una rara avis no policía en la escena negra.
El retrato robot de este comisario, el que aunaría las características de todos los grandes investigadores de la novela negra contemporánea, tendría la ironía de Salvo Montalbano, la ambigüedad moral de Fabio Montale, la cultura de Guido Brunetti, la discreción de Konrad Sajer, la bondad de Bordelli, la perseverancia de Kurt Wallander, la ubicuidad de Isaac Sidel, la naturalidad de Mario Conde, la psicología de Bevilacqua, el pronto de Kostas Jaritos, la tranquilidad de Jean-Baptiste Adamsberg, la rabia incontenible de Pierre Niémans, la alegría de Mme. Ramotswe, la presencia de Lew Griffin, la deseperación de John Rebus, la afilada intuición de Çetin Ikmen, la angustia de Michael Ohayon o la obcecación de Ian Banks.
Las cuatro grandes tradiciones que forman el mapa de la novela europea son: la británica, donde Ian Rankin campa a sus anchas con su gran John Rebus al frente, junto a autores como Peter Robinson que por fin se pueden leer en España y que ha dado nuevos autores como Denise Mina, Robert Wilson, Erin N. Hart o Barbara Nadel, pese a que su celebrado inspector Çetin Ikmen se ubica en Estambul; la rusa, con Alexandra Marínina, y el pujante Boris Akunin; la nórdica, con los extraordinarios Henning Mankell, Liza Marklund, Karin Fossum, Äke Edwardson o Khell Ola Dahl, que se estrena en España de la mano de Planeta.
Y, definitivamente, la mediterránea, que sigue las estela de los fallecidos Manuel Vázquez Montalbán y Jean-Claude Izzo, y que aúna a españoles, italianos, franceses, griegos, portugueses y hasta israelíes y argelinos. Es decir, Andrea Camilleri, Donna Leon, Marcelo Fois, Fred Vargas, Thierry Jonquet, Jean-Cristophe Grangé, Petros Markaris, Batya Gur, Yasmina Kadra, Filipa Melo... hasta los nuestros Lorenzo Silva, Alicia Giménez Bartlett, Andreu Martín o Francisco González Ledesma, entre otros. La centroeuropea, pese a que está dando grandes obras y autores de primera línea (Jakob Arjouni, BernhardSchlink, en Alemania; o Pavel Konkout en la República Checa) actualmente pisa en un segundo nivel, sin que haya conseguido la abundancia de grandes nombres que se ha desatado en el resto de Europa. Fenómeno paradójico porque Alemania, por ejemplo, es el gran «mercado negro», donde más lectores y más fiebre policíaca hay.
Las tradiciones europeas también tienen que ver con el paisaje, con el escenario. Un comisario bien perfilado, humano, irascible pero a la vez noble y entrañable, no basta para crear un gran novela policíaca. Los éxitos de los últimos tiempos dictan que detrás de un investigador siempre hay una ciudad, que goza, de muy distintos modos, de un papel casi de coprotagonista en la obra literaria. ¿Qué sería de Guido Brunetti sin la clasista y turística Venecia? ¿De Jaritos sin la caótica Atenas? ¿De John Rebus sin las tabernas de Edimburgo? ¿De Montalbano fuera de Vigata? ¿De Michael Ohayon sin los ecos de Jerusalem? ¿De Wallander sin el cielo gris de Escania? ¿De Mario Conde sin el taconeo de las mulatas de La Habana? La ciudad define el tipo de asesinato y habla del grado de evolución de esa sociedad hacia la locura o el infierno, según donde se mire. A la vez, pone la escenografía. Si esa ciudad es mediterránea, hay vida, color, sol, mar, la trama es caliente, impetuosa, irracional, y los asesinatos que se investigan se acercan a la cotidianidad con lo que eso significa: pasiones ocultas, ambición, intercambio de favores, prestigio social, corrupciones administrativas, robos, prostitución, violencia doméstica... Son los «problemas sociales» los que dictan el tipo de caso.

Hasta el final

El paisaje frío, de cielos grises y nieve, de los nórdicos responden, en cambio, a otro temperamento y otras tramas. Los casos tras los que corren Wallander o Konrad Sajer son más premeditados, racionales, no tantos de psicópatas sangrientos (que siguen en el discurrir de la tradición británica, aún marcada por Jack el Destripador), como más cercanos a los «grandes delitos» de un mundo globalizado: sectas, multinacionales, explotación de inmigrantes, tramas internacionales de extorsión, las grandes corrupciones políticas... donde los asesinos no actúan desde la pasión, sino desde el cerebro, por muy manipulado o confundido que ande.
Los novelistas del sur europeo son, además, fieles a esa otra filosofía pesimista latina de que las cosas son como son. A un escritor nórdico o británico (que se inscribiría más en el realismo crítico de Popper, en el sentido del optimismo en que se puede llegar a la verdad y, por supuesto, se puede demostrar) no se le pasa por la cabeza poner el punto final con un caso sin cerrar, aunque nos haya conducido al culpable. Es una necesidad cultural. En cambio, en la novela mediterránea abundan las novelas, no de finales abiertos, sino con el culpable o los culpables lejos de la cárcel, escondidos, tapados o huidos a la sombra del propio sistema.
Los escritores policíacos actúan en este sentido como un eco en el que reflexionan sobre lo que preocupa en la calle y, en algunos casos, avisan de lo que vendrá, visionario a veces. Esa es otra de sus claves. «Todos los días ocurren cosas como las que investiga Jaritos», dice Petros Markaris. La búsqueda del delito, de quién y por qué lo ha cometido, es también la metáfora de una visión del mundo. Esto es otra cosa: es literatura en el puro sentido de la palabra. Remover conciencias y buscarnos a nosotros mismos en un crimen. Como homenaje a Vázquez Montalbán, el grupo planeta y el Ayuntamiento de Barcelona han organizado un encuentro de novela negra para debatir sobre la vitalidad del género policíaco en europa, que, a diferencia de la norteamericana, ha incorporado la crítica política y social.

1 comentario:

Leox dijo...

Una de las vertientes ,que mas me interesan en la novela policiaca es la que se dio en los 60 con el pulp policial ,sobre todo con las ediciones argentinas de los años 60 como ediciones reservadas de aca salen escritores como bronko Mike qie dentro del genero policial aportan mucho.
Acabo de leer a Adam Saint Moore , que es frances y su escritura tambien es muy buena
saludos